La Quimera de Gupta reviewed Tu pez interior
Compartes ojos y oídos con las medusas
4 stars
La vida es un pañuelo. No, no he equivocado el dicho. Los diferentes organismos que actualmente pueblan la tierra tienen una historia común, como sabemos desde que Charles Darwin y Alfred R. Wallece teorizaran lo que ya flotaba en el ambiente: la vida había evolucionado, había cambiado, y todos tenemos un antecesor común. Esta, es una idea ya muy manoseada y todo el mundo tiene una aproximación mental aproximada a esta idea, pero lo que es novedoso, lo que realmente emerge en la mente del lector cuando culmina la lectura de este libro, es que toda historia es irreversible y, por tanto, aunque luego vuelva a cambiar, deja rastros, huellas, pistas que pueden rastrearse. Este libro estudia los rastros que la historia evolutiva ha dejado en los organismos de hoy en día, haciendo una aproximación, también, a través de los restos fósiles.
El autor, Neil Shubin, junto a su equipo, …
La vida es un pañuelo. No, no he equivocado el dicho. Los diferentes organismos que actualmente pueblan la tierra tienen una historia común, como sabemos desde que Charles Darwin y Alfred R. Wallece teorizaran lo que ya flotaba en el ambiente: la vida había evolucionado, había cambiado, y todos tenemos un antecesor común. Esta, es una idea ya muy manoseada y todo el mundo tiene una aproximación mental aproximada a esta idea, pero lo que es novedoso, lo que realmente emerge en la mente del lector cuando culmina la lectura de este libro, es que toda historia es irreversible y, por tanto, aunque luego vuelva a cambiar, deja rastros, huellas, pistas que pueden rastrearse. Este libro estudia los rastros que la historia evolutiva ha dejado en los organismos de hoy en día, haciendo una aproximación, también, a través de los restos fósiles.
El autor, Neil Shubin, junto a su equipo, fue el descubridor de un fósil tremendamente importante para comprender cómo pudo producirse en los vertebrados la transición agua-tierra. ¿Cómo se logró cooptar una estructura anatómica como la aleta para tomar la nueva función de sustentar en tierra firme el cuerpo del organismo? Aquí empieza todo; aquí empieza el desenredo del nudo gordiano que es la evolución de la vida.
Los celacantos, unos peces óseos muy antiguos ejemplares de los cuales todavía podemos encontrar en las desenbocaduras de algunos rios africanos, posee un patrón óseo muy característico en su aleta; un patrón que nos resulta extremadamente familiar: un hueso, dos huesos y varios huesecillos. Richard Owen, en el primer tercio del siglo XIX, fue el primero en darse cuenta que buena parte de los vertebrados (quitando del mayoría de los peces) respondían en sus extremidades a este patrón. Titaalik es ese fósil, y también presenta este patrón. Celacantos, Titaalik, mamíferos, aves, reptiles o anfíbios poseen ese patrón. Es el llamado quiridio. El desarrollo embrionario de esta parte de nuestra anatomía nos seprenderá a todos: es idéntico en todos los grupos nombrados.
Pero la historia no se detiene aquí. Los tres huesecillos (yunque, martillo y estribo) que nos permiten oír -al transmitir las ondas sonoras del aire que rebotan en el tímpano hasta la endolinfa que circula en el interior de la cóclea- derivan embriológicamente de los “arcos branquiales”. Si, el mismo hueso que forma una estructura rígida que permite el anclaje de las branquias en un pez, se transforma en nuestros huesecillos del oído. Pero lo más fascinante es que el estribo forma parte del cráneo de los peces, no de los arcos branquiales (aunque si provenga de ahí embiológicamente), y lo continua haciendo en el Titaalik y en sus predecesores en el registro fósil, Acantostega e Ictiostega, y en los actuales anfibios y reptiles. Vamos el dicho con el que empezábamos la reseña: el desarrollo embriológico es un pañuelo.
Más madera: los llamados “genes interruptor” o rectores del desarrollo son genes cuya activación, o no, determina el correcto desarrollo de patrones de expresión génica que culminarán en el correcto desarrollo de toda una estructura corporal. Por ejemplo, existen genes interruptores que determinan qué es considerado la “parte anterior” y la “parte posterior” del embrión. Existen genes de este tipo cuya expresión determina un patrón que indica qué será cabeza, tronco o extremidades. Otro indican la formación del músculo o del sistema nervioso. Se ha comprobado que el gen pax6 es el gen interruptor para la formación de ojos en los metazos: es decir, animales tan distantes evolutivamente como una mosca y un ratón tienen versiones muy parecidas de un gen que activa la formación de ojos (cada uno con su respectivo tipo de ojo: omatidios u ojo de cámara). ¡Y lo más fascinante es que, aunque se intercambien usando técnicas de ingeniería genética, funcionan exactamente igual! Si, el gen interruptor de una mosca para la formación de ojos indica, en ratones, la formación de ojos. También se ha descubierto un gen interruptor para la cóclea, el pax2. Y ahora viene lo mejor: unos cnidarios (si, medusas) muy especiales, que poseen unos ojos bastante complicados para ser, eso, medusas, expresan durante su desarrollo embrionario un gen híbrido entre pax6 y pax2. Una especie de pax2/pax6 primitivo que dirige la formación de sus espectaculares ojos, capaces también de nociocepción. Ocurre algo similar con las moléculas responsables de la visión, las opsinas, que tienen origen microbiano, y cuyos genes son compartidos en todos los metazoos y que aparecen, también, en algunos microorganismos unicelulares complejos.
Es un libro algo básico pero con abundantes referencias bibliográficas que permitirán a los lectores de todo tipo profundizar en los conocimientos de la evolución de la biodiversidad. Leyendo estas líneas uno se da cuenta de que la metáfora sistémica de la vida es mucho más atinada que la de la individualidad reduccionista.